Si bien la ciudad de Zamora es ampliamente conocida por su Románico y su Semana Santa, también posee un gran patrimonio histórico artístico que va más allá. Parte de este patrimonio está albergado en el Museo Provincial de Zamora. Un museo que fue creado con las obras que provenían de los edificios abandonados tras la desamortización eclesiástica del siglo XIX.
Esta acumulación de obras dio lugar a un museo inaugurado por Alfonso XII en 1877, este fue, por decirlo de algún modo, fruto de la improvisación situándose en diferentes ubicaciones a lo largo de los años, no es hasta mediados de los años 90 cuando el estudio de arquitectura de Emilio Tuñon y Luis Moreno Mansilla (1959-2012),que habían trabajado más de 10 años en el estudio de Rafael Moneo, conciben el primero de sus grandes edificios.
Los condicionantes de partida eran importantes, para empezar el solar era muy limitado, encontrándose situado entre desniveles y edificaciones existentes, y además de esto debía albergar en su interior restos existentes, como es la arquería del Palacio de Cordón.
El edificio se concibe como un gran arcón donde se guarda la historia de la ciudad. Un arcón, en el que sus fachadas están realizadas en piedra de la zona, una piedra que nos recuerda el adobe tradicional con el que se construían las edificaciones antiguamente y en las que apenas se sitúan aberturas que rompan su imagen sólida y contundente, el museo se cierra en si mismo, ya que tampoco dispone de espacio urbano para expandirse, y en caso de plantear huecos en las fachadas darían a espacios reducidos y en muchos casos sombríos.
Sin embargo, en contraposición a esta solidez y a estos materiales tradicionales, nos encontramos la cubierta del edificio. Una cubierta que se divisa claramente cuando nos vamos aproximando al mismo desde la parte alta de la ciudad y que está planteada como una fachada más, incluso como la fachada más importante del edificio. Esta cubierta rompe el concepto de materiales y solidez planteado en el resto del edificio, y alberga en ella una serie de lucernarioscon idéntica sección, pero con diferentes alturas y orientaciones. Ordenados rítmicamente en la cubierta, definen los espacios interiores que se articulan a través de unas rampas que nos marcan el recorrido de la exposición.
Personalmente, me da la impresión de que este edificio, tras el estudio de los condicionantes de la parcela, se ha concebido de manera inversa a lo que generalmente solemos hacer los arquitectos. Habitualmente planteamos el edificio con la distribución de las diferentes estancias para dar solución al programa requerido y en función de hacia dónde podemos abrirnos con las vistas. Solo en última instancia recurrimos a la luz cenital como un recurso donde es imposible llegar de otra manera. Sin embargo, la cubierta de este edificio es tan potente , que se aprecia que es el concepto inicial sobre el cual se asienta la concepción de las diferentes plantas y distribución del mismo, lo cual me parece muy acertado, ya que además de poder modular la entrada de luz en función de las diferentes orientaciones y alturas de los lucernarios, nos permite que el visitante centre su atención en el contenido del mismo, en la pieza expuesta.
Por lo tanto, en mi opinión, la importancia de este edificio radica en la capacidad de transformar los condicionantes de la parcela y hacerlas virtud, planteándose una solución que además de no limitar su desarrollo en planta, nos genera una imagen impactante y característica del edificio cuando nos aproximamos a él desde la parte alta de la ciudad, ya que sin lugar a dudas, esta quinta fachada es la más impactante y característica del edificio.
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